Carta a Julio Olalla:
El corazón tiene brújula.
Mi nombre es Valentina y aunque nunca nos hemos visto personalmente, después de estudiar en tu escuela, creo justo compartir contigo, a través de esta carta, algunas reflexiones.
Tengo 50 años, la misma edad del Golpe Militar que azotó a Chile desparramando tragedias, dolor y muerte a lo largo y ancho de su territorio.
El exilio marcó mi vida y durante muchos años viví silenciosamente encadenada a esa experiencia.
En honor a la verdad el retorno de mis padres a Chile fue mi exilio y siempre me pareció una crueldad terrible que su regreso tan soñado e idealizado, se convirtiera en una pesadilla para mi. Quizás fue esa una de las razones por las que me sentí tan herida, más que por el exilio, por la vida, por el mundo.
El exilio es un castigo transversal. A mis padres los expulsaron empujándolos a lo desconocido, echándolos hacia donde no tuvieran identidad, relegándolos allá, lejos, donde no significaran nada para nadie, condenándolos a añorar eternamente el día en que pudieran regresar. Y a quienes se quedaron, a vivir del recuerdo de los que partieron.
Allá, en Bulgaria, donde crecí, mis padres soñaron a lo largo de muchos años con volver a Chile. Retornar era el deseo en común que llevaban en el alma todos los refugiados que conocí. También yo quería volver, más por ellos que por mí, más por lealtad que por otra cosa, esto último, lo descubrí mucho después.
Obligados nos fuimos, obligada volví.
El regreso a Chile fue un golpe muy violento y duro para mi alma quinceañera.
Nuestra llegada, los abrazos, llantos, palabras, los ojos brillantes de emoción de los familiares buscando con desesperación cruzarse con los míos, para conectar los recuerdos y volver a engranar la familia, tratando de engañar años de vida, años de ausencia.
Ese día quedé suspendida en el aire, pasmada de pena y dolor, muda de resentimiento.
Adaptarse, adaptarse, adaptarse.
A la fuerza tuve que reconstruir mi vida agarrando los pedazos de mis 15 y pegándolos como fuera, para seguir viviendo, más existiendo que viviendo la verdad. Este es el acto de amor más grande que he hecho por mi, pero también el más brutal.
Pasé por encima mío, me cansé de escucharme triste, terminé con mis lágrimas y amordacé a mi corazón para callarlo, me convertí, para sobrevivir, en mi verdugo.
El exilio es un atropello a los derechos humanos, es un atropello a los derechos de los niños. Las heridas que deja son imborrables.
Es un castigo tan poderoso que, ensombrece el árbol genealógico. Es una peste para la que no existe vacuna más que el alma y la consciencia. Mi árbol es sobre todo migrante, eso descubrí hace poco, está lleno de personajes que cruzaron fronteras peregrinando y buscando una vida mejor o quizás ser feliz.
Tú tienes razón cuando dices que, de alguna forma tu dolor es también el mío.
Quiero agradecerte haber atravesado el camino turbulento del aprendizaje que trae consigo el exilio y traducirlo a palabras y frases que buscan y encuentran a la heroína y el héroe que todos somos en la historia de nuestras vidas.
En el coaching ontológico encontré el lugar para elegir volver de mi exilio, para aclarar las cosas con mis demonios, para dejar de correr y esconderme de mis fantasmas e invitarlos a sentarse en mi mesa y conversar. Encontré el lugar para aprender a relacionarme con mis penas, mis dolores. Para viajar al pasado y secarle las lágrimas a mi pequeña refugiada política que llevaba décadas llorando sola. Para acompañar a mi adolescente que seguía de pie en el aeropuerto esperando mi abrazo y perdón.
Con el coaching me di cuenta de que soy una mujer valiente y me admiro, soy en mi árbol la heroína que rompió con la cadena de repeticiones del dolor aplastante de las migraciones forzadas.
Encendiste tu antorcha en la noche oscura de la inmensidad del dolor, la vi brillando, supe que era posible y ahora la mía arde con fuerza y valor.
Soy hija de los expulsados, soy hija del exilio, honro la memoria del pasado y he roto sus cadenas para volver.
Soy una sobreviviente.
La vida es un viaje y la brújula es el corazón.
Gracias!
Valentina Hochfaerber Cerna.
Te abrazo compañera me conecto con tu dolor tu historia es la de la familia de mi mujer de mis suegros que fueron expulsados también. Mis lágrimas se conectan con esa perdida contigo y tú ser… Solo decir que esta vida es una escuela que el aprendizaje a través del dolor dolor es el que nos hace más sabios . Acá estamos Valentina juntos en comunidad te abrazo fuerte