Escrito por: Marie Claire Dumont Schifferli

Se me hace inevitable pensar aprender en grupo sin que vengan a mi mente (y corazón), rostros, voces, nombres e historias de mis compañeros en este andar como aprendiz de coaching ontológico. Porque el camino no es solitario, todo lo contrario. En este peregrinaje, me acompañan un grupo de personas que al igual que yo, se iniciaron en el viaje desde distintas motivaciones personales, pero en este mirar “hacia adentro” compartimos un espacio común, guiados por nuestros mentores.

Cómo lo relata la mitología griega, Méntor como amigo fiel de Odiseo, asume el compromiso de velar por el cuidado y enseñanzas de Telémaco, hijo del héroe de Troya, cuando abandona Ítaca para iniciar su travesía. Tal como nuestros mentores nos guían desde su experiencia como una antorcha que ilumina el camino del aprendiz, y que brilla más fuerte cuando la oscuridad se hace insoportable.

Y es que durante estos primeros meses de formación no fueron una ni dos, las veces que me encontré en un momento de profundo dolor, casi desesperación. Cuando en algún espacio de trabajo con mi grupo toqué alguna fibra sensible que me hizo desbordar las emociones hasta el punto de no poder respirar. Y fue allí en ese momento, que mis mentores me abrazaron hasta volver al centro que me permitió continuar junto con mis compañeros.

Aprendí de quiebres, que lejos de romantizar la metamorfosis interior, son procesos de cambio que me resultan dolorosos, que requieren de herramientas para aprender, escuchar y observar lo que vienen a decirnos. Para eso me ha servido hasta ahora el coaching ontológico, una disciplina que en todo su orden de etapas requiere mi compromiso, voluntad y esfuerzo como aprendiz.

Por eso a ratos se me hace intenso, incluso agotador. Porque lo que aprendo no es superficial, no se trata de conceptos que simplemente debo “entender”. Como me dijo una vez mi mentor “siente tus lecturas, vívelas”. Fue una gran experiencia esto de aprender desde el sentir que me genera. O escuchar mi cuerpo, algo que estoy recién comprendiendo y aplicando en mi diario vivir.

Me dejo sorprender por lo sucedido durante estos meses, con los momentos mágicos de los lunes por la tarde cuando me encuentro con mi grupo, al que ya me siento unida como en la mesa familiar. Donde sé que me puedo mostrar tal cual desde lo que soy, pienso o necesito expresar. Libre de juicios y con una generosidad en el ambiente que no deja de emocionarme.

De verme jugar al coach en los coloquios, de tratar de explicarle a mis seres queridos lo que estoy recién comprendiendo como una niña pequeña, sorprendida y maravillada. Veo cómo cambia mi lenguaje, como surgen nuevos conceptos que se acomodan con toda naturalidad en mis dichos, que de pronto lo que me rodea tiene otros colores, que mi cuerpo habla y muchísimo.

Que se mueven tantas cosas que a veces necesito días para decantar, para ajustar las clavijas de mi interior. Porque todo en mí me cuenta que el cambio es inevitable y que está ocurriendo de manera consciente, acompañada y contenida por un grupo maravilloso de personas que agradezco haber conocido.

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